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Ciencia y Salud

Lyme: La enfermedad que avanza con el cambio climático

La expansión de la enfermedad de Lyme está cobrando nuevas dimensiones epidemiológicas en América del Norte y Europa.


El avance implacable del cambio climático no solo está derritiendo glaciares y elevando el nivel del mar: también está alimentando la propagación de una amenaza microscópica que se oculta entre la vegetación, salta en silencio al cuerpo humano y desata una enfermedad debilitante. La expansión de la enfermedad de Lyme —transmitida por la picadura de garrapatas infectadas— está cobrando nuevas dimensiones epidemiológicas en América del Norte y Europa, a medida que los inviernos se acortan, las temperaturas se suavizan y los ecosistemas alterados se convierten en terreno fértil para estos vectores.

En Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) estiman que hasta 476,000 personas podrían estar contrayendo la enfermedad de Lyme cada año, una cifra que representa un crecimiento alarmante en comparación con décadas anteriores. El fenómeno no responde únicamente a un aumento en la conciencia médica o a mejoras en el diagnóstico. Es, según científicos y epidemiólogos, una consecuencia directa del calentamiento global que ha extendido la temporada activa de las garrapatas y ampliado sus zonas de distribución hacia regiones donde antes no lograban sobrevivir.

La bacteria Borrelia burgdorferi, responsable de la enfermedad, se transmite a través de la picadura de la garrapata de patas negras, comúnmente conocida como “garrapata del venado”. Cuando el parásito penetra la piel y se disemina por el cuerpo, puede desencadenar una serie de síntomas que van desde fiebre, fatiga y dolores musculares, hasta erupciones en forma de diana, problemas neurológicos y articulares crónicos. Si no se trata de forma temprana con antibióticos, la enfermedad puede convertirse en una condición persistente que deteriora la calidad de vida durante años.

El nuevo mapa de riesgo está reconfigurando las alertas sanitarias. Estados tradicionalmente afectados como Connecticut, Nueva York o Pensilvania están viendo cómo la enfermedad avanza hacia zonas más septentrionales y elevadas, incluyendo partes de Canadá donde hace apenas una década las garrapatas eran una rareza. El cambio no solo preocupa a los médicos, sino también a agricultores, senderistas, cazadores y familias que habitan en áreas suburbanas, donde la convivencia entre humanos y fauna silvestre es cada vez más estrecha.

Expertos en salud pública coinciden en que la única forma de frenar esta expansión es mediante una estrategia integrada: campañas de educación ciudadana, prevención en zonas de alto riesgo, desarrollo de nuevas vacunas y, sobre todo, una acción climática global que reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero. Porque la enfermedad de Lyme, en última instancia, es un síntoma más del desequilibrio ambiental que estamos provocando.

En tiempos en que las enfermedades infecciosas resurgentes vuelven a desafiar a los sistemas de salud, la garrapata se convierte en un pequeño pero poderoso recordatorio: la crisis climática también es una crisis sanitaria. Y su impacto, como la picadura que la inicia, puede ser invisible al principio, pero devastador si se ignora.

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