Terence Crawford lo volvió a hacer: venció a Canelo Álvarez por decisión unánime y escribió su nombre con letras grandes en la historia del boxeo. En Las Vegas, ante miles que esperaban una revancha, un duelo parejo o siquiera una sorpresa de parte de “Canelo”, Crawford impuso ritmo, puntería y calma en medio de la tormenta mediática, para convertirse en campeón indiscutido en tres divisiones.
Las tarjetas lo dicen todo: 116-112, 115-113 y 115-113, a favor de Crawford. Cuatro cinturones —AMB, FIB, CMB y OMB del peso supermedio (168 libras)— abandonan las manos de Canelo y van a parar al invicto oriundo de Omaha.
Desde el primer campanazo, Crawford marcó la pauta. No buscó intercambios innecesarios, ni sucumbió frente al fuego mediático de su rival; en cambio, dosificó sus golpes, explotó cada oportunidad que le dio la guardia mexicana, resolvió con precisión y neutralizó los momentos de vértigo que Canelo suele imponer. Su rapidez, física y mental, se hizo carne en un ring donde cada segundo cuenta.
Para Canelo, esta derrota duele, pero no lo define. Reconoció el mérito de Crawford, agradeció el apoyo —de su gente, de sus equipos— se levantó frente a las cámaras con orgullo intacto, dejando claro que las caídas son parte del oficio, pero no siempre el final. Él también había preparado una guerra de argumentos sobre el ring, pero hoy esos argumentos fueron superados por otro boxeador que supo hacer suya la historia.
Crawford, por su parte, no sólo se lleva los cinturones. Se lleva el momento. Esa sensación de trascendencia que sólo gran boxeador logra generar: ser indiscutido, invicto, coronado en múltiples divisiones, retador constante de los límites propios. Dijo que no llega por casualidad, que Dios lo trajo hasta aquí; reconoció la grandeza de su rival, la dimensión de este triunfo. Porque derrotar a Canelo hoy tiene un peso más allá del récord: es un acto simbólico de relevos en la cima.
Lo que sigue para ambos será tan importante como esta noche en Las Vegas. Para Crawford, el reto será consolidar este trono y defenderlo; para Canelo, redimirse, reinventarse, retomar espacios. El boxeo, como la vida, premia también la resiliencia. Y mientras unos celebran el cenit, otros ya piensan en volver a subir al podio.
Esta pelea no solo suma un nombre más al panteón, sino que reafirma algo que ya se palpaba: estamos ante una era nueva, donde el invicto con maestría manda en el cuadrilátero, y donde cada golpe cuenta, no solo para vencer, sino para trascender.