Brasil vive un punto de inflexión. El expresidente Jair Bolsonaro ha sido condenado a 27 años y tres meses de prisión por el Tribunal Supremo Federal, tras un juicio histórico que lo halló culpable de orquestar un intento de golpe para permanecer en el poder luego de perder las elecciones en 2022.
Cuatro de los cinco jueces de la sala decidieron que Bolsonaro incurrió en delitos que van desde liderar una organización criminal armada hasta intentar abolir violentamente el Estado democrático de derecho, pasando por daños al patrimonio público y activo cultural protegido. El fallo lo convierte en el primer expresidente brasileño en ser condenado por atacar la democracia.
El juicio, conocido como “Ação Penal 2668”, reunió pruebas contundentes: grabaciones, documentos, testimonios que señalan reuniones con altos mandos militares, estrategias para revertir el resultado electoral, y daños ocasionados al patrimonio colectivo. Aunque Bolsonaro rechazó sistemáticamente las acusaciones, el panel encontró suficientes evidencias para sentenciarlo.
Bolsonaro permanece bajo arresto domiciliario, y aunque su defensa ha anunciado que apelará, el veredicto asienta un precedente inédito para los sistemas de pesos y contrapesos en América Latina. Internacionalmente, la condena ha generado tensiones. Autoridades brasileñas defienden la independencia judicial; figuras políticas como el expresidente Donald Trump han cuestionado la medida.
El peso de esta sentencia trasciende lo personal. Es una afirmación institucional: la democracia brasileña —una democracia que ha sido históricamente sacudida por golpes, dictaduras militares y autoritarismos— afirma que transgredir sus propias reglas tiene consecuencias. Las repercusiones políticas, sociales y legales apenas comienzan.
La pregunta ahora no es solo si Bolsonaro cumplirá la pena, sino qué contendrá este juicio para el futuro político de Brasil: para su sistema judicial, para la credibilidad de sus instituciones, para la polarización nacional, y para los retos que enfrenta la democracia en contextos donde el liderazgo populista desafía las estructuras establecidas. Algunos llamarán venganza política; otros, justicia necesaria. Pero lo cierto es que Brasil está escribiendo un capítulo cuyo eco resonará más allá de sus fronteras.