Elizabeth Gilbert, autora que muchos conocen por Eat, Pray, Love, publica en sus nuevas memorias All the Way to the River una confesión que pone al desnudo una adicción inesperada: la del amor, el sexo, y sobre todo la obsesión romántica. Gilbert detalla el hilo que la llevó a enamorarse de su amiga íntima Rayya Elias, estilista y exdrogadicta, cuando esta fue diagnosticada con cáncer, y cómo esa relación terminó sumergida en dinámicas de codependencia, en una montaña rusa emocional que la obligó a enfrentar sus propios deseos extremos.
La autora reconoce que el enamoramiento fugaz muchas veces se convirtió para ella en algo más: un impulso que no podía controlar, una necesidad que se parecía al hambre, que la empujaba hacia vínculos aún dolorosos, aun cuando sabía que podrían lastimarla. Gilbert cuenta cómo llegó a comprar cocaína para Elias, a asumir el rol de cuidadora, incluso a ignorar sus propias señales de alarma para sostener la relación, convencida de que el amor verdadero justificaba la entrega total.
Hay un momento en el que Gilbert se da cuenta de que su pasión no es simplemente deseo, ni devoción: es algo que le consume, que la desborda, que la coloca al borde de perderse a sí misma. En esa frontera, reconoce la urgencia de soltar, de buscar no solo amar, sino amar bien, con límites, con dignidad. Esa parte de su relato revela una verdad universal: la línea entre amor y adicción romántica es muchas veces borrosa, y cruzarla puede costar más de lo que esperamos.
También explora en sus memorias la tensión entre el deseo de conexión profunda y la necesidad de autonomía. Gilbert dice que ha tenido que reconstruir su propio valor, reencontrar su voz y su espíritu más allá del otro, dejar de definirse por lo que le da el objeto amado, cortar dependencias emocionales que hasta entonces había naturalizado. Esa reconstrucción no es paisaje sereno: es unión de crisis, duelo, desilusión, pero también descubrimiento íntimo.
El testimonio de Gilbert no pretende ofrecer respuestas claras ni recetas de sanación inmediata, sino iluminar aquello que muchos sienten pero pocos verbalizan: ¿cuándo amar se vuelve poseer?, ¿cuándo buscar afecto deja de ser danza para ser cárcel? En tiempos en que las relaciones parecen definirse por la intensidad, el deseo, el reconocimiento medido en redes sociales, el relato de Gilbert aparece como un llamado para reflexionar sobre cómo amamos, por qué lo hacemos, y hasta dónde estamos dispuestos a llegar para no enfrentarnos con nosotros mismos.
Su historia es testimonio de la fragilidad humana, de que la parte más turbulenta del amor no siempre aparece en los gestos grandiosos, sino en los silencios que ignoramos, en los comportamientos repetidos, en esas pequeñas cesiones que creemos inofensivas. All the Way to the River invita a que cada lector se cuestione no solo al otro, sino ese interlocutor interior que a veces espera demasiado, se entrega demasiado, se olvida demasiado.