Las acciones de Nvidia experimentaron un salto significativo tras el anuncio de que la empresa invertirá hasta 100.000 millones de dólares en OpenAI con el fin de expandir su infraestructura de centros de datos dedicados a inteligencia artificial.
El trato prevé desplegar al menos 10 gigavatios de sistemas de IA de Nvidia para soportar los futuros modelos de OpenAI, empezando por la plataforma Vera Rubin en la segunda mitad de 2026. Esto instala a Nvidia no sólo como vendedor de chips, sino como socio estratégico indispensable en la nueva carrera por el poder computacional.
El respaldo del mercado fue instantáneo: el precio de la acción subió alrededor de un 3-4 %, reflejando tanto la confianza en la capacidad de ejecución de Nvidia como la expectativa de que OpenAI acelerará su demanda de infraestructuras.
Sin embargo, detrás del entusiasmo hay variables de riesgo que no pueden obviarse. Inversiones de esta magnitud requieren coordinación en suministro de chips, energía, espacio físico para centros de datos, regulaciones locales e internacionales, y fiabilidad de cadena de suministro. Además, los competidores también están aumentando inversiones, lo que podría erosionar márgenes si la oferta de hardware no satisface la demanda creciente.
Este acuerdo marca un punto de inflexión: la IA ya no es una promesa futurista, sino un escenario de infraestructura masiva, de capitales colosales y de competencia global feroz. Y Nvidia, al apostar fuerte por OpenAI, se ubica en un lugar clave para definir quiénes estarán al frente del próximo ciclo tecnológico.
