Europa vivió un recordatorio brutal de su vulnerabilidad digital: un ataque de ransomware dirigido a sistemas de Collins Aerospace, filial de RTX, dejó a decenas de aeropuertos sin check-in automatizado y obligó a miles de pasajeros a enfrentar largas colas, cancelaciones y el regreso a procedimientos manuales dignos de otra era.
La Agencia de Ciberseguridad de la Unión Europea confirmó que el ataque no fue dirigido contra un aeropuerto en particular, sino contra un proveedor externo, lo que amplificó el alcance de la interrupción. Bruselas llegó a cancelar 60 vuelos en un solo día, Heathrow debió recurrir a contingencias improvisadas y Berlín describió escenas de caos justo durante el maratón de la ciudad.
Más allá de la anécdota, el episodio expone la fragilidad estructural: la interconexión que hace eficientes a las aerolíneas es la misma que las convierte en presas fáciles de cibercriminales. Los expertos advierten que los ataques no son necesariamente más frecuentes, pero sí más visibles y estratégicos, con un patrón claro: buscar víctimas de alto perfil cuyo colapso resuene en la opinión pública.
El caso obliga a repensar la seguridad digital en el corazón de la infraestructura crítica. Un ataque invisible en el código puede paralizar físicamente la movilidad de un continente. Y esa simbiosis entre lo virtual y lo real marca una era en la que la próxima gran crisis aérea no tendrá como origen un fallo mecánico, sino una línea de código maliciosa escrita a miles de kilómetros de distancia.