En los últimos años, ha ganado fama en gimnasios, clínicas naturistas y redes sociales como una bebida milagrosa: el agua de coco, ese líquido claro, dulce y ligeramente salado que se extrae del interior del coco joven, ha sido promocionado como una alternativa natural a las bebidas deportivas, un hidratante superior y, más recientemente, un posible regulador de la presión arterial. Pero, ¿es cierto que el agua de coco puede ayudar a controlar la hipertensión? ¿O se trata de otra moda alimenticia con más marketing que evidencia? Un análisis reciente respaldado por investigaciones científicas, arroja luz sobre esta pregunta con una mezcla saludable de entusiasmo y escepticismo.
El argumento más común a favor del agua de coco como agente antihipertensivo se basa en su alto contenido de potasio, un mineral esencial que ayuda a contrarrestar los efectos del sodio en el cuerpo y contribuye a relajar las paredes de los vasos sanguíneos. Un vaso de 240 ml de agua de coco puede contener hasta 600 mg de potasio, lo cual la convierte en una opción rica en este nutriente clave para la salud cardiovascular.
Estudios preliminares en animales y algunos ensayos clínicos en humanos sugieren que su consumo regular podría contribuir modestamente a la reducción de la presión sistólica y diastólica. En particular, investigaciones con grupos pequeños han mostrado caídas promedio de 5 a 10 mmHg tras varias semanas de consumo. Pero los expertos son claros: el agua de coco no es un medicamento. Puede ser parte de un estilo de vida saludable, pero no sustituye el tratamiento médico ni la modificación integral de la dieta y el ejercicio.
Aunque el agua de coco puede ser beneficiosa por su composición natural —baja en calorías, sin grasas y rica en electrolitos como magnesio y calcio—, no todas las versiones comerciales son iguales. Algunas marcas añaden azúcar, saborizantes o conservantes que pueden contrarrestar sus propiedades saludables. Además, en personas con problemas renales o con dietas que requieren restricción de potasio, su consumo excesivo puede ser contraproducente.
Los cardiólogos y nutricionistas coinciden en un punto esencial: el control de la presión arterial debe basarse en un enfoque integral, que incluya reducción del sodio, aumento de la actividad física, pérdida de peso en caso necesario, reducción del alcohol y, en muchos casos, medicación. Las personas con hipertensión leve o prehipertensión podrían notar efectos positivos si reemplazan bebidas azucaradas o con cafeína por agua de coco. También puede ser una aliada para deportistas que buscan una hidratación natural rica en minerales sin recurrir a productos industriales. Pero quienes ya están bajo tratamiento farmacológico o padecen hipertensión crónica deben consultar con su médico antes de incorporar grandes cantidades de agua de coco a su dieta diaria.
El agua de coco no es una cura. Pero tampoco es un mito. Es una bebida naturalmente rica en potasio y electrolitos, con potencial para apoyar la salud cardiovascular si se consume en el contexto adecuado: como parte de una alimentación equilibrada y un estilo de vida activo.
En tiempos donde la hipertensión afecta a más del 30% de la población adulta en América Latina, toda herramienta que sume es bienvenida. Pero conviene recordar que ni el coco, ni la moda, ni los influencers sustituyen el diagnóstico médico ni el cuidado personal. El corazón agradece la ayuda… pero exige responsabilidad. Y en esa fórmula, el agua de coco puede tener un lugar. Modesto, pero real.