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Ciencia y Salud

Más allá de la metáfora: la ciencia detrás del "corazón roto"

Según un nuevo estudio, el corazón humano puede romperse literalmente por la pérdida de un ser amado.


La ciencia ha confirmado lo que la poesía y el arte han expresado durante siglos: el corazón humano puede romperse literalmente por la pérdida de un ser amado. Un nuevo estudio publicado por la Universidad de Stirling en Escocia ha revelado que el duelo puede tener consecuencias físicas tan profundas que incrementan significativamente el riesgo de muerte por problemas cardiovasculares en los días y semanas posteriores a una pérdida.

El estudio, liderado por el profesor Malcolm Macleod, analizó datos de más de 945,000 personas mayores de 60 años que perdieron a su pareja. Los hallazgos son estremecedores: en los primeros tres días después del fallecimiento, el riesgo de un infarto o un accidente cerebrovascular aumenta un 64%, y la probabilidad de morir se duplica respecto al promedio. Aunque el riesgo disminuye con el tiempo, persiste de manera significativa hasta los seis meses posteriores a la pérdida. La explicación médica detrás de este fenómeno se encuentra en el síndrome de “corazón roto” —conocido clínicamente como miocardiopatía por estrés o Takotsubo—, una condición en la que el corazón se debilita temporalmente por un torrente de hormonas del estrés que lo paraliza, simulando un infarto.

Más allá de lo fisiológico, el estudio ilumina una dimensión esencial: la conexión entre el cuerpo y las emociones es más fuerte de lo que solemos reconocer. El sufrimiento psicológico desencadena respuestas bioquímicas que alteran el ritmo cardíaco, elevan la presión arterial y comprometen el sistema inmunológico. En personas mayores, este cóctel de estrés, tristeza profunda y soledad puede ser fatal. El hallazgo ha generado un llamado urgente a los sistemas de salud para prestar atención no solo a los síntomas físicos tras un duelo, sino también a las señales emocionales. Expertos sugieren que el monitoreo cardiovascular, el acompañamiento psicológico y la detección de conductas de riesgo deberían ser parte integral del tratamiento de personas que atraviesan un proceso de pérdida significativa.

En una era que privilegia la velocidad, la productividad y el desapego, esta investigación recuerda la humanidad de nuestras emociones. El dolor no es solo un proceso mental: se encarna, se somatiza, puede silenciar un corazón. Morir de tristeza ya no es solo una metáfora literaria. Es una realidad clínica que exige atención, compasión y políticas públicas que reconozcan el luto como un proceso de salud integral. Porque amar —y perder— es tan humano como respirar. Y ahora sabemos que también puede ser mortal.

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