El gobierno chino ha encendido las alarmas ante una crisis demográfica sin precedentes. Con una población que envejece a un ritmo vertiginoso y una tasa de natalidad en caída libre, las autoridades han anunciado un ambicioso plan de subsidios para el cuidado infantil que busca revertir, o al menos mitigar, el declive poblacional que amenaza la estabilidad económica y social del país más poblado del mundo.
Beijing ha prometido cubrir hasta el 50 % del costo del cuidado infantil para niños menores de tres años, un movimiento que rompe con décadas de política restrictiva y plantea un nuevo paradigma: del control natal al estímulo de la natalidad. El cambio no es solo simbólico. Refleja la urgencia de una nación que, tras abolir la política del hijo único en 2016 y permitir tres hijos por familia desde 2021, no ha logrado convencer a las parejas jóvenes de tener más descendencia.
Los datos son elocuentes. En 2023, China registró solo 9 millones de nacimientos, una cifra menor a la de muertes por segundo año consecutivo. El país ya comenzó a experimentar un crecimiento poblacional negativo, fenómeno que no se veía en más de seis décadas. Las causas son múltiples: altos costos de vida, largas jornadas laborales, discriminación contra mujeres embarazadas, y una creciente desilusión de los jóvenes hacia el matrimonio y la maternidad como caminos obligatorios.
El nuevo paquete de incentivos forma parte de un plan más amplio que incluye vivienda asequible, licencias de maternidad y paternidad extendidas, deducciones fiscales y programas de apoyo psicológico. Pero los críticos señalan que estas medidas, si bien bienvenidas, podrían ser insuficientes ante un problema estructural más profundo: el modelo económico chino, orientado a la hiperproductividad, es incompatible con una cultura del cuidado que facilite la crianza.
A esto se suma una batalla cultural. Durante décadas, el discurso oficial promovió familias pequeñas como sinónimo de progreso. Ahora, ese mismo Estado necesita revertir el mensaje, convencer a una generación escéptica de que criar hijos no es una carga, sino una inversión de futuro. El cambio de narrativa, sin embargo, se enfrenta a una sociedad más individualista, más educada y más crítica.
El drama demográfico chino tiene implicaciones que trascienden sus fronteras. Una población decreciente y envejecida puede comprometer el crecimiento económico global, alterar las cadenas de suministro y redibujar el mapa del poder mundial. Por eso, cada política que se anuncia desde Beijing no solo es observada con lupa, sino con la inquietud de saber si el gigante asiático podrá desafiar el destino que hoy ya enfrenta Japón, Corea del Sur y buena parte de Europa: convertirse en una nación que envejece antes de volverse verdaderamente rica.
El subsidio para el cuidado infantil es apenas una pieza de ese rompecabezas. Pero es, también, una señal de que China empieza a entender que su mayor desafío ya no es cuánto crece su economía, sino cuántos bebés nacerán mañana.