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Posting Ennui: La fatiga digital en la era de la sobreesaturación

El fenómeno —llamado en inglés posting ennui— no tiene que ver con el rechazo a las plataformas, sino con la erosión del sentido.


En la era del ruido digital incesante, donde cada segundo produce una avalancha de contenidos, imágenes, opiniones y videos, un nuevo malestar se ha infiltrado silenciosamente entre creadores, influencers y usuarios comunes por igual: el hartazgo de publicar. No se trata de una pausa estratégica, ni de un retiro espiritual temporal de las redes. Es un agotamiento existencial, profundo, que nace del vacío detrás del gesto repetido de “compartir”.

El fenómeno —llamado en inglés posting ennui— no tiene que ver con el rechazo a las plataformas, sino con la erosión del sentido. Publicamos porque debemos, no porque queramos. Subimos historias porque el algoritmo así lo exige, no porque tengamos algo que decir. Cada selfie, cada hilo, cada video editado hasta la perfección se convierte en una moneda más en el casino de la atención global, donde el premio rara vez es satisfacción y casi siempre ansiedad.

Este desencanto es especialmente palpable entre quienes hicieron de las redes su modo de vida. Influencers que alguna vez encontraron comunidad, reconocimiento e incluso fortuna en TikTok, Instagram o X, hoy reconocen en voz baja que no saben para quién están creando. Las métricas suben, pero el entusiasmo baja. Los aplausos virtuales resuenan como ecos huecos. ¿De qué sirve acumular likes si el alma se desintegra en el proceso?

Este cansancio no es exclusivo de celebridades digitales. Jóvenes usuarios sienten que deben construir una “marca personal” desde los 15 años. Profesionales son presionados a mantener presencia constante en LinkedIn. Padres, artistas, activistas, periodistas… todos son empujados por la lógica de producción permanente. Nadie está exento del mandato de ser visible. Pero lo visible no siempre es lo valioso. Y en esa brecha crece el desencanto.

Lo más inquietante de este malestar es que no encuentra una solución clara. Dejar de publicar significa desaparecer. Desaparecer implica perder relevancia. Y en un mundo donde el silencio equivale al olvido, pocos se atreven a apagar el micrófono. Así, la rutina de publicar se vuelve un ciclo autoimpuesto, una coreografía que repetimos incluso cuando ya no sentimos la música.

Lo que antes fue una promesa de democratización de la voz, de conexión global, de libertad creativa, hoy se transforma en un espejo deformado donde el yo digital devora al yo real. El posting ennui no es una moda pasajera, es una alarma cultural. Una señal de que quizás, en la saturación de decir, hemos olvidado por qué decíamos. Y que tal vez, para reencontrar el sentido, haya que volver al silencio. Al menos por un momento. Al menos para recordar quiénes somos sin necesidad de publicarlo.

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