En medio del torbellino de pensamientos que provoca la ansiedad, las palabras importan tanto como el silencio. Para quien la padece, escuchar frases como “cálmate” o “no es para tanto” no solo no ayuda, sino que puede agravar la sensación de aislamiento y falta de comprensión. Los expertos coinciden en que, frente a la angustia ajena, la prioridad no debe ser corregir ni aconsejar, sino estar presentes: acompañar, escuchar y conectar de forma genuina.
La ansiedad no responde a la lógica ni a los atajos emocionales. Decirle a alguien que “todo va a estar bien” o que “no tiene nada de qué preocuparse” ignora que, para esa persona, la amenaza es real, aunque sea invisible. Lo que parece un simple pensamiento negativo es, en realidad, un proceso físico y mental involuntario: palpitaciones, sudoración, temblores, pensamientos acelerados. Minimizarlo transmite el mensaje de que su reacción es exagerada o errónea, profundizando la sensación de que son una carga para los demás.
Frases como “otra vez con lo mismo” o “estás exagerando” abren la puerta a la vergüenza y el juicio, cerrando la posibilidad de un diálogo sincero. La alternativa es la curiosidad empática: “Te noto tenso hoy, ¿quieres contarme qué pasa?” o “¿Quieres que repasemos juntos lo que te preocupa?”. No se trata de dar respuestas rápidas, sino de brindar un espacio seguro en el que la persona pueda expresar lo que siente sin temor a ser ridiculizada.
El acompañamiento útil no impone soluciones, sino que facilita herramientas para que la persona recupere el control. Preguntar por los peores, mejores y más probables escenarios y planificar cómo afrontarlos puede ser más efectivo que cualquier promesa vacía. Invitar a dar un paseo, buscar un lugar tranquilo o respirar juntos son gestos sencillos que ayudan a regular el sistema nervioso y rompen el ciclo de pensamientos intrusivos.
La empatía real no necesita disfraces optimistas ni comparaciones que pretendan relativizar el dolor (“al menos no te pasó lo que a…”). A veces, basta con reconocer el sufrimiento: “Lamento que estés pasando por esto” o “No estás solo, estoy aquí contigo”. Porque el verdadero apoyo no consiste en eliminar la ansiedad de quien la sufre, sino en recordarle, con presencia y sin juicios, que no tiene que enfrentarla en soledad.
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