Cuando en 2025 Estados Unidos registre por primera vez un flujo migratorio neto cercano a cero —o incluso negativo— habrá cruzado una frontera demográfica irreversible. Esa posibilidad no es un error estadístico ni un pulso momentáneo: es la consecuencia de una política decidida que pretende cerrar las puertas al mundo.
Durante casi un siglo, los inmigrantes han sido el motor silencioso que alimentó el crecimiento de la población, la fuerza laboral y la innovación estadounidense. Pero ese motor se está apagando. La administración que impulsa la “zero migration America” ha cerrado de facto la frontera con México, debilitado los canales legales de entrada, endurecido las deportaciones y atacado los visados de trabajadores especializados.
Las consecuencias se perfilan tajantes. Con menos nacimientos suficientes para reponer a quienes salen del mercado laboral, Estados Unidos se encamina hacia una economía con menor fuerza de trabajo. Esa carencia presionará al alza los costos laborales, reducirá la producción y socavará la capacidad del Estado para sostener servicios públicos, pensiones y una infraestructura que ya muestra señales de envejecimiento.
El impacto en la innovación sería otro golpe sordo, pero profundo. Empresarios tecnológicos, universidades y centros de investigación dependen de talento que hoy cruza fronteras: cuatro de las siete empresas más destacadas del sector fueron fundadas o codirigidas por inmigrantes. Al restringir drásticamente ese flujo, se impone un techo creativo y competitivo que pocas economías han sorteado sin pagar un alto costo.
Incluso quienes defienden que las medidas migratorias protegen a los trabajadores que ya están hoy en el país podrían estar ignorando una trampa peligrosa: sin nuevas manos y mentes jóvenes, ninguna economía puede sostenerse. La rigidez demográfica puede reducirse al freno que Sally Ride impuso a un cohete: basta poco para que el impulso se detenga y el alcance se desplome.
Más allá de cifras y políticas, las decisiones que se tomen ahora definirán el rostro de EE. UU. en las próximas décadas. ¿Será un país cerrado a la energía del mundo? ¿O reconocerá que su grandeza depende de quienes elige acoger? En el horizonte ya no está solo la demografía: está la idea de lo que América seguirá siendo.