En un giro que ha sorprendido tanto a viajeros como a analistas internacionales, el pasaporte de Estados Unidos ha descendido ocho posiciones en el ranking global de los documentos más poderosos del mundo en 2025. Según el índice más reciente publicado por Henley & Partners —firma especializada en movilidad internacional y ciudadanía global— el documento estadounidense ahora ocupa el puesto 11, lo que marca su nivel más bajo en más de una década.
La clasificación, que se basa en el número de destinos que los ciudadanos pueden visitar sin necesidad de visa, coloca a Singapur, Francia, Alemania, Italia y Japón en la cima del listado, con acceso sin visa a más de 190 países. En contraste, el pasaporte estadounidense permite ahora el ingreso libre a 184 naciones. Aunque aún se mantiene entre los más funcionales del planeta, el retroceso evidencia una pérdida de influencia relativa y plantea preguntas sobre la percepción internacional de Estados Unidos en un momento de creciente polarización política y cambios diplomáticos.
Los expertos vinculan esta caída a varios factores. Por un lado, la volatilidad de la política migratoria estadounidense ha generado tensiones con aliados históricos, algunos de los cuales han endurecido sus requisitos de entrada. Por otro, la creciente competencia geopolítica ha empujado a países asiáticos y europeos a fortalecer sus acuerdos bilaterales, dejando a Washington en una posición menos privilegiada. Además, los recientes conflictos comerciales, el retiro parcial de tratados multilaterales y las restricciones internas postpandemia han erosionado la confianza global en la estabilidad normativa de Estados Unidos.
Para muchos ciudadanos estadounidenses, la noticia implica algo más que una anécdota diplomática: representa una limitación concreta a su libertad de movimiento. En un mundo donde la movilidad es sinónimo de oportunidad —para negocios, educación, turismo o reencuentros familiares— cada puesto perdido en el ranking equivale a barreras nuevas, procesos burocráticos más engorrosos y, en algunos casos, a rechazos sin apelación.
El impacto es particularmente sensible entre jóvenes profesionales y empresarios que dependen de una red global de contactos. En ciudades como Miami, Nueva York y Los Ángeles —centros neurálgicos del intercambio internacional— la noticia ha generado inquietud, especialmente en sectores como el tecnológico, académico y financiero, donde la fluidez para viajar es parte esencial del ecosistema.
No obstante, la tendencia no es irreversible. Algunos diplomáticos estadounidenses han señalado que se están renegociando acuerdos bilaterales para recuperar terreno y ampliar el número de destinos con entrada sin visa. También existe un reconocimiento interno de que la política exterior debe incluir un componente de diplomacia de movilidad, entendiendo el pasaporte no solo como un documento de identidad, sino como una herramienta de poder blando y proyección global.
El retroceso del pasaporte estadounidense no implica necesariamente un declive absoluto, pero sí revela una reconfiguración del tablero mundial. Mientras nuevos actores emergen con mayor capacidad de negociación y atractivo internacional, Estados Unidos enfrenta el reto de reconectar con el mundo desde una posición menos dominante. Y en ese proceso, la percepción que otros países tengan de su apertura, coherencia y compromiso global será tan importante como cualquier alianza militar o tratado comercial.
El pasaporte, al fin y al cabo, no es solo una libreta azul. Es un símbolo del lugar que un país ocupa en el mundo. Y hoy, ese lugar parece estar en disputa.