En apenas cuatro minutos, el museo más famoso del mundo fue vulnerado. A plena luz del día, un grupo de cuatro ladrones ingresó al Louvre de París y se llevó ocho joyas de la colección de la corona francesa, piezas que alguna vez pertenecieron a las esposas de Napoleón Bonaparte. Lo que parecía imposible ocurrió a metros de la Mona Lisa: un robo calculado, limpio y sin violencia que expuso la fragilidad del símbolo cultural más resguardado de Europa.
Los asaltantes aprovecharon obras de mantenimiento en la fachada que da al río Sena para acceder al primer piso, donde se encuentra la Galería Apolo, hogar de los tesoros imperiales. Usando una grúa elevadora y herramientas de corte, rompieron las vitrinas, tomaron las joyas y escaparon en dos motocicletas Yamaha de alta cilindrada antes de que sonaran las alarmas. Una de las piezas, la corona de la emperatriz Eugenia, apareció horas después abandonada y dañada.
El botín, valuado en más de 100 millones de dólares, no tiene valor comercial. Expertos en arte lo califican de “intransferible”: imposible de vender en el mercado legal o clandestino sin atraer sospechas. “No podrán deshacerse de ellas sin dejar rastro; lo que han robado es historia”, dijo Alexandre Giquello, presidente de la casa de subastas Drouot.
El robo ha encendido las alarmas del gobierno francés. El presidente Emmanuel Macron calificó el hecho como “un ataque a nuestro patrimonio” y exigió una investigación inmediata. La ministra de Cultura, Rachida Dati, reconoció que las cámaras de seguridad registraron el ingreso “calmo y profesional” de los ladrones y admitió fallas en los sistemas de vigilancia. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, ordenó una revisión de los protocolos de seguridad en todos los museos nacionales.
La vulnerabilidad del Louvre no es nueva. En los últimos años, los sindicatos de trabajadores han denunciado falta de personal, sobrecarga por el turismo masivo y escasa supervisión en las galerías más concurridas. En 2023, el museo redujo el número de visitantes diarios a 30 000 para mitigar riesgos operativos. Aun así, el robo evidencia que los recursos siguen siendo insuficientes para proteger un patrimonio que trasciende a Francia.
El golpe revive la memoria de otros robos legendarios en la historia del Louvre, desde el hurto de la Mona Lisa en 1911 hasta la desaparición de armaduras renacentistas en los años setenta. Pero ninguno, en la era moderna, había ocurrido con tal precisión y audacia.
Hoy, mientras el museo reabre sus puertas entre turistas curiosos y vitrinas vacías, Francia enfrenta una paradoja: proteger su herencia cultural en un tiempo donde incluso los templos del arte pueden ser profanados con precisión quirúrgica. El robo no solo arrebató joyas; dejó al descubierto la vulnerabilidad de un símbolo que parecía intocable.