Cada día, millones de personas en el mundo inician su rutina con un ritual silencioso: abrir un frasco, tragar una cápsula y confiar en que, con ese gesto, están reforzando su salud. Para muchos, se trata de un multivitamínico. Para otros, de suplementos específicos como vitamina D, hierro o magnesio. Pero detrás de esa decisión cotidiana se esconde una pregunta clave: ¿es mejor tomar un multivitamínico o elegir vitaminas individuales según nuestras necesidades?
Un reportaje reciente de Verywell Health ofrece respuestas claras y matizadas a este debate que atraviesa la medicina preventiva, la industria del bienestar y la economía del cansancio. No se trata solo de qué tomar, sino de para qué, cuándo y por qué. Los multivitamínicos han sido durante décadas el estándar de conveniencia para quienes desean cubrir sus bases nutricionales sin complicarse. Su promesa es simple: aportar una dosis equilibrada de las vitaminas y minerales esenciales que podrían faltar en la dieta diaria. Pero esta promesa tiene matices. Según especialistas citados por Verywell Health, muchos multivitamínicos contienen cantidades mínimas de ciertos nutrientes clave o, por el contrario, dosis innecesariamente altas de otros que podrían acumularse en el cuerpo y generar efectos adversos. Además, no todos los cuerpos necesitan lo mismo. Un adulto joven, una mujer embarazada y un adulto mayor tienen perfiles nutricionales radicalmente distintos. Y sin un enfoque personalizado, el multivitamínico corre el riesgo de ser una solución general para un problema específico.
Tomar suplementos individuales —como vitamina B12, hierro, vitamina D, zinc o magnesio— permite atacar deficiencias concretas detectadas mediante análisis clínicos, y ajustar la dosis según las necesidades reales del organismo. Este enfoque es ideal para personas con condiciones médicas específicas, dietas restrictivas (como veganos o celíacos), mujeres embarazadas o adultos mayores que absorben menos nutrientes. Sin embargo, el riesgo está en el exceso. Cuando se toman suplementos sin supervisión médica, es fácil sobrepasar las dosis tolerables, especialmente en vitaminas liposolubles (A, D, E y K), que se acumulan en el organismo y pueden provocar toxicidad.
La comunidad médica coincide en un punto fundamental: la suplementación debe ser complementaria, no sustitutiva de una alimentación balanceada. La mejor fuente de nutrientes sigue siendo una dieta rica en frutas, vegetales, legumbres, proteínas de calidad y grasas saludables. Pero en contextos donde la alimentación es deficitaria —por razones económicas, culturales o de salud— los suplementos pueden ser aliados estratégicos. Para decidir entre multivitamínico o vitaminas individuales, el mejor camino es consultar con un médico o nutricionista, realizar un análisis de sangre y construir una pauta personalizada que responda al contexto físico, emocional y alimentario de cada persona. Lo que hay que evitar es automedicarse con suplementos por moda o marketing; creer que “más es mejor”, ya que las megadosis pueden ser dañinas; usar multivitamínicos como excusa para no comer bien; y tomar múltiples suplementos sin considerar interacciones entre ellos.
La verdadera pregunta no es cuál cápsula elegir, sino qué necesita tu organismo hoy para funcionar mejor, resistir más y envejecer con dignidad. En un mundo donde el cansancio crónico, el estrés nutricional y las dietas desequilibradas son moneda común, la suplementación puede ser una herramienta valiosa. Pero como toda herramienta, su poder radica en el uso correcto. Porque ni el multivitamínico más completo ni la vitamina más pura pueden compensar la desconexión con uno mismo. La salud empieza con una decisión informada. Y, a veces, con un análisis de sangre que dice más que cualquier etiqueta brillante.