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Las mejores películas de terror de todos los tiempos

Estas incluyen obras que definieron generaciones: Psycho (1960), The Exorcist (1973), Halloween (1978), The Shining (1980), Get Out (2017), entre muchas otras.


El miedo ha sido, desde los orígenes del cine, uno de sus lenguajes más universales. Ningún género ha sabido explorar mejor las sombras del alma humana que el terror. Desde los primeros experimentos del expresionismo alemán hasta los sofisticados laberintos psicológicos de la era contemporánea, el cine de horror ha funcionado como espejo de nuestras ansiedades más profundas: la muerte, la soledad, la culpa, la locura, el monstruo interior. Cada época ha tenido sus fantasmas, y el cine los ha retratado con precisión quirúrgica.

El listado de las mejores películas de terror de todos los tiempos, según críticos del cine, no solo es una antología del miedo, sino una crónica del poder cultural del horror como forma de arte. Allí conviven obras que definieron generaciones: Psycho (1960), la revolución silenciosa de Hitchcock; The Exorcist (1973), el pánico religioso convertido en fenómeno global; Halloween (1978), que democratizó el terror suburbano; The Shining (1980), la mente humana como escenario del horror absoluto; y Get Out (2017), la radiografía social que transformó la pesadilla en crítica política.

Cada una de estas películas representa una mutación del miedo colectivo. En los años cincuenta, el terror se disfrazaba de ciencia ficción, temeroso del avance nuclear y de la Guerra Fría. En los setenta, los demonios ya no venían del espacio, sino del interior del hogar o del cuerpo: Rosemary’s Baby y Alien lo demostraron con brutal elegancia. En los noventa, el horror se volvió meta, consciente de sí mismo, como en Scream. Y en el nuevo milenio, la angustia se hizo íntima, psicológica, minimalista: el monstruo ya no vive bajo la cama, sino dentro de la mente.

Más que asustar, el cine de terror nos recuerda algo esencial: el miedo es una emoción que nos mantiene vivos. Cada sobresalto en pantalla es un ritual moderno, una forma de purga colectiva frente a lo que tememos nombrar. Por eso, cuando una figura espectral emerge de la oscuridad o un grito corta el silencio, el público no solo se sobresalta: también se reconoce. El cine de terror no inventa el miedo, lo revela.

Las mejores películas del género —esas que Variety rescata como obras maestras— no sobreviven por sus efectos ni por sus monstruos, sino porque tocan una fibra universal. Nos aterran porque nos comprenden. Nos enfrentan a lo que somos cuando el ruido se apaga y solo queda la sombra. Y aunque la tecnología haya cambiado, el pacto sigue siendo el mismo: cada vez que se apagan las luces del cine, aceptamos mirar de frente aquello de lo que normalmente huimos.

En un mundo saturado de estímulos, el terror sigue siendo el último refugio de la emoción pura. Es la prueba de que el cine, aún en la era del algoritmo, conserva su capacidad de estremecernos. Y quizás por eso, como escribió Stephen King, “el miedo nunca muere; solo cambia de rostro”. El cine se encarga de recordárnoslo, una y otra vez, mientras el corazón late al ritmo de la oscuridad.

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