En medio de un escenario regional marcado por tensiones fiscales, inflación persistente y expectativas moderadas, Argentina se perfila como el país latinoamericano con mayor crecimiento económico del G20 en 2025, según el más reciente informe de previsiones globales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El organismo con sede en París proyecta que el Producto Interno Bruto (PIB) argentino crecerá un 5,2% durante el próximo año, superando con amplitud a economías clave como Brasil y México, e incluso por encima del promedio de expansión previsto para el conjunto de países emergentes. La estimación —inesperada para muchos analistas internacionales— refleja un punto de inflexión en la dinámica económica argentina tras años de estancamiento, crisis recurrentes y alta volatilidad macroeconómica.
La proyección de la OCDE marca un cambio rotundo frente a los pronósticos de apenas un año atrás, cuando Argentina enfrentaba una inflación de tres dígitos, caída del consumo y restricciones severas sobre su mercado cambiario. La recuperación esperada en 2025 estaría impulsada por una combinación de factores estructurales y coyunturales: mejora en las exportaciones agroindustriales tras la sequía histórica de 2023, mayor estabilidad fiscal derivada de reformas recientes y una reactivación paulatina del consumo interno y la inversión privada. Además, sectores clave como energía, minería del litio, tecnología y servicios del conocimiento comienzan a ganar tracción, atrayendo interés de capitales internacionales a pesar del riesgo país.
Aunque el dato proyectado por la OCDE es alentador, el camino no está exento de obstáculos. Argentina deberá sostener la senda de crecimiento sin caer en los desequilibrios que históricamente han frustrado sus ciclos expansivos: alta inflación, presiones cambiarias, déficit fiscal y tensión social. “La previsión del 5,2% es significativa, pero no garantiza sustentabilidad si no viene acompañada de consensos políticos y estabilidad regulatoria”, advierte un economista del propio organismo, que pone énfasis en la necesidad de sostener un marco macroeconómico predecible y evitar giros abruptos en la conducción económica.
Con este ritmo de crecimiento estimado, Argentina lideraría el crecimiento económico entre los miembros latinoamericanos del G20 —que también incluye a Brasil y México— y se ubicaría entre las economías de mayor expansión del bloque a nivel global. Brasil, según la misma OCDE, crecería en torno al 2,1% en 2025, sostenido por el consumo interno pero limitado por un entorno fiscal complejo. México tendría un crecimiento moderado del 2,5%, condicionado por la cercanía con la economía estadounidense y el impacto de políticas domésticas en sectores estratégicos como energía e infraestructura. Este liderazgo proyectado devuelve a Argentina a una posición de protagonismo económico regional que no ocupaba desde hace años, con una narrativa distinta: la de una economía que, pese a sus heridas, intenta reconstruirse con visión de largo plazo.
El pronóstico de la OCDE no solo es una cifra: es una señal. Argentina podría estar entrando en un ciclo virtuoso, si logra traducir este crecimiento en mejoras concretas para su población: generación de empleo, reducción de la pobreza, recuperación del poder adquisitivo y modernización del aparato productivo. Pero para que ese potencial se materialice, hará falta más que una proyección optimista. Se requerirá gobernabilidad, diálogo político, disciplina fiscal y una apuesta firme por la inversión y la producción. La oportunidad está sobre la mesa. La pregunta es si, esta vez, Argentina sabrá sostener el rumbo y convertir el crecimiento en transformación duradera. En una región que busca certezas, Argentina podría pasar de ser el eslabón débil a convertirse en el nuevo motor del Cono Sur. Y la OCDE, por ahora, le da el beneficio de la duda.