El imán bursátil que durante años fue Elon Musk comenzó a mostrar fisuras visibles esta semana. El hombre más reconocido —y muchas veces polémico— del universo tecnológico perdió 17 mil millones de dólares en cuestión de días, arrastrado por una caída abrupta de las acciones de Tesla. El desplome no solo sacude su fortuna personal, sino que vuelve a poner en el centro del debate la dependencia excesiva de la marca Tesla respecto a la figura de su fundador.
La pérdida coloca a Musk en una posición más vulnerable en el ranking de las grandes fortunas globales, pero el golpe va más allá de su patrimonio: el declive refleja una pérdida de confianza en la narrativa de crecimiento perpetuo que él mismo ha construido y proyectado como el núcleo de su imperio. Las acciones de Tesla han registrado su peor desempeño en lo que va del año, afectadas por una combinación de factores que van desde la desaceleración de las ventas hasta la creciente competencia de fabricantes asiáticos, pasando por la volatilidad geopolítica y la percepción de que el liderazgo de Musk se encuentra más disperso que nunca entre sus múltiples compañías y frentes ideológicos.
A diferencia de otras turbulencias anteriores —cuando bastaban un tuit o una promesa futurista para revertir el curso— esta vez los inversionistas parecen menos dispuestos a seguirle el juego. El mercado está exigiendo resultados concretos, entregas puntuales y una estrategia clara para mantener el liderazgo de Tesla en un entorno donde la innovación ya no es monopolio de Silicon Valley.
Para los críticos, la caída es también consecuencia del exceso de protagonismo de Musk en la arena política y mediática. Su respaldo público a figuras controvertidas, sus disputas con reguladores y sus incursiones ideológicas han erosionado parte del capital simbólico que lo mantenía como visionario incuestionable. El mercado —frío, calculador y muchas veces implacable— no olvida que la confianza también cotiza en bolsa.
Pero sería un error subestimar la capacidad de reinvención de Elon Musk. Ya ha demostrado antes que sabe cómo resurgir cuando todos lo dan por descontado. Lo que está en juego no es solo su fortuna, sino el prestigio de una narrativa empresarial que lo convirtió en símbolo del siglo XXI: audaz, disruptivo, pero cada vez más expuesto a sus propias contradicciones.
El retroceso en su fortuna podría ser temporal. Sin embargo, lo que marca este momento es la sensación de que el aura de invencibilidad comienza a disiparse. Y cuando eso ocurre, incluso los titanes del mercado deben volver a ganarse, día a día, la confianza del mundo que ayudaron a moldear.