Durante años, la figura de Jeffrey Epstein fue envuelta en un velo de poder, misterio y perversión. Su nombre resonaba en los círculos más exclusivos del mundo financiero y político, y aunque su rostro rara vez aparecía en los medios antes del escándalo, su influencia era conocida en salones cerrados y cuentas bancarias discretas. Sin embargo, incluso después de su arresto y posterior muerte, una pregunta continúa sin respuesta clara: ¿cómo acumuló Epstein su fortuna?
Según nuevas investigaciones publicadas por Forbes, la riqueza de Epstein no fue producto de una genialidad financiera ni de un historial probado en Wall Street. De hecho, sus orígenes como profesor de matemáticas en una exclusiva escuela privada de Nueva York ya marcaban el inicio de una trayectoria poco convencional. Fue ahí donde conoció a Alan “Ace” Greenberg, entonces presidente de Bear Stearns, quien lo contrató a pesar de carecer de título universitario. En ese banco de inversión, Epstein escaló rápidamente, pero su salida abrupta en 1981 marcó el comienzo de un periodo aún más opaco.
Epstein fundó su propia firma de gestión financiera, J. Epstein & Co., asegurando que solo trabajaba con clientes con activos por encima de los mil millones de dólares. Pero hasta hoy, no existen registros ni evidencia pública sólida de que haya manejado fondos o carteras de clientes en esa magnitud. Lo que sí queda claro es que su enriquecimiento coincidió con su cercanía a personalidades influyentes como Les Wexner, fundador del imperio de L Brands (Victoria’s Secret), quien no solo le confió vastos recursos, sino también el control de propiedades y estructuras corporativas complejas. Fue Wexner quien transfirió a Epstein una mansión de siete pisos en Manhattan valuada en más de $50 millones de dólares, uno de los gestos más significativos que apuntan a una relación profundamente entrelazada entre dinero, confianza y poder.
Los documentos y testimonios apuntan a que Epstein operaba en los márgenes grises de las finanzas y las relaciones públicas, donde la información valiosa —sobre todo aquella obtenida mediante vigilancia, chantaje o manipulación— puede valer más que cualquier acción en la bolsa. Se ha especulado que parte de su fortuna pudo haber provenido de favores cobrados, gestiones opacas, sociedades estructuradas en paraísos fiscales y, especialmente, de su habilidad para acercarse a los poderosos y volverse indispensables.
Tras su detención en 2019 por cargos de tráfico sexual de menores, el escrutinio sobre su fortuna aumentó, pero muchas piezas del rompecabezas siguen faltando. Los fideicomisos, las cuentas offshore, las propiedades distribuidas por el mundo y la ausencia de un rastro contable convencional hacen que la reconstrucción de su riqueza sea un ejercicio casi forense. El Departamento de Justicia y los medios continúan investigando, pero incluso con los escándalos expuestos, Epstein sigue siendo un símbolo de cómo el dinero puede fluir, multiplicarse y ocultarse en las sombras del poder.
La historia de Epstein no solo es la crónica de un criminal sofisticado, sino también una advertencia sobre cómo los vacíos en la regulación financiera y la falta de transparencia pueden permitir que personas con intenciones oscuras operen durante décadas sin rendir cuentas. Su legado es una herida abierta para el sistema, y su fortuna, un reflejo de las grietas por donde aún se filtran privilegios inconfesables.