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Barcelona ha iniciado un plan para reducir el impacto del turismo masivo cerrando dos de sus siete terminales de cruceros, operando con cinco a partir de 2026. Esta medida busca mitigar la presión de los 3.6 millones de cruceristas de 2024 en la ciudad, limitando la capacidad máxima diaria de 37,000 a aproximadamente 31,000 pasajeros. Además, se invertirá en energía limpia y movilidad inteligente.
El cronograma prevé el cierre de las terminales A y B en 2026, la demolición de la C, y la construcción de una nueva terminal pública entre 2027 y 2028, con una electrificación de muelles. Para 2030, se espera que el plan culmine con las cinco terminales operativas y una red urbana prioritaria para ciclistas y peatones.
Sin embargo, expertos señalan que la eficiencia operativa podría compensar la reducción física de terminales, manteniendo o incluso aumentando el número de cruceristas. Se considera la posibilidad de acuerdos con navieras para regular los desembarcos y distribuir la afluencia en temporada baja.
El Comisionado José Antonio Donaire afirmó que los efectos reales no se verán hasta 2030, y que la integración de medidas complementarias, como la limitación de visitantes y la desconcentración turística, será clave. El alcalde Jaume Collboni calificó la iniciativa de "histórica" al imponer límites reales al crecimiento de cruceristas, pero enfatizó que su efectividad dependerá de acuerdos con autoridades portuarias y navieras.
En conclusión, la decisión de Barcelona de cerrar terminales y modernizar el puerto es un paso hacia un turismo más sostenible, aunque su éxito dependerá de una implementación coordinada y de la capacidad de la ciudad para equilibrar la economía con la calidad de vida y la cultura urbana. La regulación de quién y cuándo desembarca sigue siendo un desafío crucial.