La lealtad de marca es un bien escaso en la era de la polarización, pero pocos imaginaron que una decisión política podría generar una fractura tan marcada en una comunidad tan devota como la de Tesla. Nuevos datos de investigación de mercado revelan que la lealtad de los consumidores hacia la compañía de Elon Musk se ha desplomado drásticamente luego de que el magnate declarara su respaldo explícito a Donald Trump en su intento de regresar a la presidencia en 2024.
La caída es tan significativa como simbólica. Tesla, durante años, no solo fue sinónimo de innovación tecnológica, sino también de un estilo de vida progresista, urbano, consciente del cambio climático. La marca construyó su reputación entre consumidores que veían en sus autos eléctricos una declaración de principios: sostenibilidad, disrupción y un futuro distinto. Pero esa narrativa se ha visto trastocada por el giro político de su fundador, cuyas declaraciones y alianzas públicas han generado una ruptura con una parte sustancial de su base de seguidores.
Según los últimos estudios de CivicScience y Morning Consult, Tesla ha perdido el primer lugar en lealtad de marca dentro del sector automotor. El impacto es especialmente notorio entre consumidores jóvenes, progresistas y habitantes de grandes ciudades —precisamente el núcleo que catapultó a Tesla como ícono cultural. Las cifras muestran que marcas tradicionales como Toyota y Ford han recuperado terreno en este grupo demográfico, mientras que Tesla enfrenta una suerte de “cancelación silenciosa”.
El vínculo entre marca y personalidad de su CEO se ha convertido en un arma de doble filo. Mientras algunos ejecutivos optan por mantener un bajo perfil y proteger la neutralidad de sus marcas, Musk ha abrazado un rol hiperprotagónico. Sus mensajes en X (antes Twitter), su participación en eventos políticos, sus roces con reguladores y ahora su apoyo a Trump, han convertido a Tesla en un reflejo directo de sus opiniones. Para una parte importante del mercado, eso ha sido suficiente para mirar hacia otro lado.
El fenómeno no es exclusivo de Tesla, pero sí paradigmático. En un entorno donde los consumidores valoran cada vez más la coherencia entre producto y propósito, la línea entre identidad corporativa y posición política se ha vuelto difusa. En este contexto, las marcas ya no pueden refugiarse en la neutralidad: cada acción de sus líderes puede ser interpretada como una declaración, y cada declaración tiene consecuencias económicas.
El caso Tesla obliga a replantear una pregunta central para el mundo corporativo: ¿puede una marca sostenerse sobre el carisma de una sola figura cuando esa figura polariza tanto como inspira? El colapso de la lealtad hacia Tesla no implica necesariamente una caída inmediata en ventas, pero sí anticipa un cambio en las dinámicas de percepción. Y en una industria tan competitiva como la automotriz, donde la innovación ya no es exclusiva de una sola empresa, perder la conexión emocional con el consumidor puede ser el primer paso hacia la irrelevancia.
La historia de Tesla es aún una en evolución. Pero el presente sugiere que en la intersección entre tecnología, política y marca, la fidelidad no es eterna y la reputación puede desvanecerse más rápido que una batería en invierno.