En una época marcada por la hiperconexión y la ansiedad silenciosa, Meg Josephson, psicoterapeuta en San Francisco, ha puesto palabras a una sensación que carcome a muchos: ese nudo en el estómago que aparece sin aviso, convencidos de que hemos hecho algo mal, aunque no exista una sola prueba. El tono neutro en un mensaje de texto, el vecino que no saluda, la llamada del jefe que se interpreta como preludio de un despido; señales cotidianas que para algunas personas detonan una espiral de inseguridad. Josephson decidió romper el silencio con un video en redes sociales: “Estás bien. No están enfadados contigo en secreto”. La respuesta fue masiva, con miles de comentarios de personas reconociendo el mismo temor, la misma tortura mental.
Ese patrón, explica Josephson, a veces adopta una forma extrema: la adulación. Más allá de las conocidas respuestas de lucha, huida o parálisis ante una amenaza, algunos psicólogos identifican una cuarta vía, descrita por el psicólogo Pete Walker como fawning: un mecanismo defensivo, muchas veces gestado en la infancia, que consiste en complacer y mimar a quien se percibe como una figura amenazante. Es una estrategia que, en entornos caóticos o violentos, puede significar la diferencia entre estar a salvo o en peligro. Sin embargo, cuando se convierte en hábito crónico, invade la vida diaria incluso en contextos seguros, donde el cuerpo insiste en actuar como si estuviera bajo ataque.
La evidencia científica sobre esta respuesta aún es limitada, advierte la psiquiatra Nora Brier, pero sus manifestaciones son claras: personas que sacrifican su autenticidad, su tiempo y su energía para evitar el conflicto, entregándose a una vigilancia emocional constante. Josephson lo vivió de niña, en un hogar marcado por la volatilidad de su padre, y lo ha visto repetirse en sus pacientes. Su nuevo libro, Are You Mad at Me? busca ofrecer herramientas para quienes sienten que su bienestar depende del humor o la aprobación de los demás.
Entre sus propuestas, Josephson sugiere cuestionar las conclusiones automáticas: preguntarse si la historia que nos contamos es cierta o si existen otras explicaciones para la conducta ajena. Propone reducir gradualmente las respuestas complacientes, empezando en terrenos de bajo riesgo, y sustituir frases que niegan el propio malestar por expresiones más honestas. También invita a practicar la comunicación directa con personas de confianza, incluso cuando resulte incómodo, como antídoto contra la armonía impostada.
La esencia de su mensaje es clara: no está en nuestras manos garantizar la felicidad de otros, pero sí decidir cómo empleamos nuestra atención, energía y tiempo. Renunciar a la adulación como respuesta automática no significa ser indiferente, sino recuperar la autenticidad y el derecho a relacionarse desde un lugar de equilibrio. En un mundo que premia la complacencia, Josephson plantea un desafío personal y colectivo: atreverse a dejar de leer entre líneas para empezar a hablar con la verdad.