Estados Unidos, tradicionalmente el mayor imán turístico del planeta, podría estar cavando una zanja aún más profunda en la crisis de su industria de viajes. El reciente anuncio de un nuevo cargo de 250 dólares por trámite de visa a países como México, Argentina, India, Brasil y China amenaza con reducir aún más el ya golpeado flujo de visitantes internacionales, en un contexto donde la recuperación pospandemia sigue siendo frágil y la competencia global por atraer turistas se intensifica.
La medida, presentada como un mecanismo para cubrir costos administrativos y reforzar la seguridad fronteriza, ha sido recibida con críticas de asociaciones de aerolíneas, cámaras de comercio y operadores turísticos en todo el mundo. Para millones de viajeros, especialmente en mercados emergentes, el nuevo costo no es menor: puede significar la diferencia entre optar por Estados Unidos o decantarse por destinos europeos, asiáticos o latinoamericanos que ofrecen procesos más ágiles y tarifas considerablemente más bajas.
La decisión llega en un momento de cifras preocupantes. Aunque en 2024 el turismo internacional mostró señales de recuperación, Estados Unidos no logró recuperar los niveles previos a la pandemia. Países como Francia, España o México ya superaron sus marcas históricas, mientras que la nación norteamericana se ha visto rezagada por procesos de visado lentos, precios elevados y una percepción de que viajar allí resulta cada vez más complicado.
El costo de oportunidad es enorme: la industria turística estadounidense representa millones de empleos directos e indirectos y más de un billón de dólares en aportes a la economía. Cada punto porcentual de caída en las llegadas internacionales implica pérdidas que impactan desde hoteles en Nueva York y casinos en Las Vegas hasta pequeños restaurantes en ciudades intermedias que dependen del visitante extranjero.
El riesgo, advierten analistas, es que el país se vuelva menos competitivo en un mercado donde el viajero internacional busca experiencias de calidad con menores barreras de entrada. En un entorno donde otros gobiernos impulsan incentivos, descuentos y campañas de bienvenida, la decisión de Washington puede ser percibida como una señal contraria: la de un país que encarece la entrada y desalienta el interés.
La paradoja es evidente. Mientras Estados Unidos insiste en fortalecer su atractivo como destino educativo, cultural y de negocios, eleva al mismo tiempo los obstáculos de acceso. Y en una era en la que la imagen importa tanto como la política, este nuevo cargo podría convertirse en símbolo de una nación que prefiere levantar muros financieros antes que tender puentes turísticos.
Lo que está en juego no es solo el número de visitantes, sino la reputación de Estados Unidos como destino abierto y acogedor. Si el turismo global es también una forma de diplomacia y de influencia cultural, el precio de una visa puede terminar pesando más de lo que las autoridades imaginan.