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Negocios

Romances en la oficina: el delgado límite entre lo personal y lo profesional

La multinacional Nestlé acaba de despedir a su director ejecutivo tras descubrirse que mantenía una relación sentimental con una subordinada.


El lugar de trabajo, con su ritmo frenético, jornadas compartidas y metas en común, es mucho más que un centro de productividad: también es un espacio donde surgen vínculos humanos intensos. Entre correos, reuniones y madrugadas de cierre, el amor —a veces— encuentra su camino. Pero cuando el romance nace bajo jerarquías de poder, el terreno se vuelve resbaladizo.

Este dilema cobró relevancia recientemente tras la renuncia de Andy Byron, CEO de Astronomer, quien dejó su cargo luego de entablar una relación sentimental con una colega. Aunque la compañía no denunció ninguna falta ética y la salida fue descrita como voluntaria, el episodio vuelve a poner sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿es posible amar dentro del trabajo sin poner en riesgo la organización ni la reputación personal?

No es un caso aislado. La multinacional Nestlé acaba de enfrentar un terremoto corporativo similar: su director ejecutivo, Laurent Freixe, fue despedido tras descubrirse que mantenía una relación sentimental con una subordinada. La compañía explicó que la decisión obedecía a un quiebre de confianza y a la necesidad de proteger la reputación de la organización. En un entorno global donde la transparencia y la ética corporativa son vigiladas con lupa, estas historias se repiten con frecuencia cada vez mayor.

Según múltiples estudios, entre el 30 % y el 40 % de los trabajadores ha experimentado una relación sentimental con alguien del entorno laboral. No es sorprendente si se considera que muchos pasan más tiempo con sus colegas que con sus propias familias. Las afinidades se construyen, las emociones afloran y lo profesional puede derivar —con naturalidad— en lo personal.

Sin embargo, cuando el vínculo ocurre entre empleados de distinto nivel jerárquico, como fue el caso de Byron en Astronomer o del ejecutivo en Nestlé, los riesgos se multiplican: percepción de favoritismo, tensiones internas, desequilibrios de poder e incluso implicaciones legales.

En el caso de Astronomer, una firma especializada en datos y automatización, la decisión del CEO de dar un paso al costado fue presentada como una forma de preservar la integridad de la empresa y evitar conflictos de interés. En el de Nestlé, la ruptura fue más tajante: despido fulminante para enviar un mensaje claro de intolerancia a cualquier sombra de favoritismo. Dos respuestas distintas frente a un mismo dilema, pero con un punto en común: la reputación corporativa siempre está en juego.

La mayoría de los expertos en cultura corporativa coinciden en algo: prohibir el romance en el trabajo no solo es poco realista, sino contraproducente. En cambio, cada vez más compañías adoptan políticas claras que exigen la divulgación de relaciones sentimentales entre empleados, especialmente si hay vínculos de supervisión directa. Estas políticas buscan transparencia, protección para ambas partes y garantías de equidad dentro del equipo. Algunas organizaciones incluso contemplan la reubicación voluntaria de uno de los involucrados para evitar cualquier conflicto de intereses.

No se trata solo de normas internas. El verdadero reto está en entender cómo el poder moldea las dinámicas afectivas. Una relación entre iguales es distinta a una donde uno de los dos tiene capacidad de influir en la carrera del otro. La línea entre lo voluntario y lo condicionado puede volverse difusa, incluso sin intención.

Por eso, más allá del juicio moral, lo que las organizaciones deben promover es una cultura de respeto, madurez y responsabilidad emocional, donde los vínculos humanos —inevitables— no se conviertan en amenazas para la cohesión y la justicia interna.

El amor no se puede reglamentar, pero sí se puede gestionar. En un mundo laboral donde los límites entre lo público y lo privado son cada vez más porosos, las relaciones sentimentales requieren claridad, códigos éticos y liderazgo consciente. Porque cuando el corazón entra a la oficina, no basta con el consentimiento: también hace falta prudencia, perspectiva y, a veces, la capacidad de dar un paso atrás para no poner en juego todo lo que se ha construido.

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