Un nuevo debate científico gana terreno: la exposición al sol podría tener ventajas para la salud que superan los riesgos de cáncer de piel, según recientes estudios. La Universidad de Edinburgo recoge evidencia que invita a reconsiderar algunas recomendaciones sanitarias populares, sobre todo en regiones con poca luminosidad. Estos hallazgos no sugieren que el sol sea inocuo, sino que su interacción con la salud humana es más compleja de lo que se creía.
La investigación parte de datos recogidos especialmente en lugares con poca radiación solar natural, como regiones del Reino Unido, donde los rayos ultravioletas (UV) se han asociado a menor mortalidad por enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer. En escalas poblacionales, aquellas personas con mayor exposición solar anual experimentan tasas de muerte significativamente menores por infartos, accidentes cerebrovasculares y cáncer mortal, incluso cuando se corrigen variables como tabaquismo, nivel socioeconómico y estilo de vida.
El contrapeso siempre ha sido claro: la exposición solar aumenta el riesgo de cáncer de piel, especialmente melanomas, además de otros daños cutáneos. Pero lo que estos estudios revelan es que aunque los diagnósticos de cáncer de piel pueden subir, la probabilidad de muerte por melanomas no aumenta en la misma medida. Es decir, más personas pueden desarrollar melanomas, pero esos casos no se traducen necesariamente en más muertes. Esa distinción es crítica en salud pública: enfermedad no siempre equivale a mortalidad grave.
Los beneficios atribuidos al sol van más allá de la prevención del cáncer o enfermedades cardiacas. Incluyen producción de vitamina D — esencial para huesos fuertes, función inmune y salud neuromuscular — así como efectos positivos sobre la presión arterial, el estado de ánimo, y la regulación de ritmos circadianos. En escenarios de baja luz solar, los déficits de vitamina D se han vinculado con enfermedades óseas, autoinmunes y metabólicas.
Sin embargo, los autores advierten que “más sol” no significa sin protección. La dosis solar debe adaptarse al tipo de piel, latitud, momento del día y estación del año. En lugares con alta radiación, la aplicación apropiada de protector solar, ropa adecuada y evitar exposición directa en las horas de máxima intensidad siguen siendo medidas esenciales para prevenir quemaduras, daño ocular y riesgo elevado de cáncer de piel.
Este nuevo conocimiento invita a repensar políticas de salud pública. ¿Deberían ajustarse las guías de exposición solar para regiones de pocas horas de luz?, ¿cómo equilibrar prevención con los beneficios comprobados?, ¿qué papel deben jugar los suplementos de vitamina D en lugares donde el sol es escaso? Lo que parece claro es que ignorar los efectos positivos del sol puede costarnos salud tanto como ignorar sus peligros.
El sol, antiguamente demonizado como fuente primaria de cáncer cutáneo, revela ahora su rostro doble: capaz de enfermar, pero también indispensable para vivir bien. El desafío está en encontrar la medida justa entre sombra y luz, entre resguardo y exposición, para que la luz solar deje de ser un riesgo latente y sea un recurso saludable bien entendido.