En el podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Donald Trump transformó lo que debía ser un discurso de política global en un manifiesto de confrontación. En el 80 aniversario del organismo, el presidente estadounidense acusó a Europa de estar “yendo al infierno” por sus políticas de inmigración y energía verde, cuestionó el propósito mismo de la ONU y fustigó a los países que reconocieron al Estado palestino, advirtiendo que ese gesto “solo envalentona a Hamas”.
Trump redujo la guerra en Ucrania a “una pequeña escaramuza que salió mal para Rusia”, un comentario que resonó con sarcasmo en una sala marcada por la gravedad del conflicto. También aprovechó el encuentro bilateral para respaldar a su aliado ideológico Javier Milei, al que incluso endosó públicamente para un segundo mandato en Argentina, aunque descartó un rescate financiero inmediato para el país.
El discurso, con frases cortantes y un tono desafiante, refleja la estrategia de Trump: reposicionar a Estados Unidos como un actor que no teme confrontar ni a aliados ni a rivales. Pero al hacerlo, vuelve a sembrar dudas sobre el rol de Washington en el multilateralismo. La ONU, escenario de consensos frágiles y diplomacia paciente, recibió un mensaje inequívoco: bajo Trump, Estados Unidos prefiere la imposición frontal antes que la negociación.
El eco de sus palabras resuena más allá de Nueva York. Europa, en plena transición energética y bajo la presión de la guerra en Ucrania, percibe la advertencia de que su destino se mide desde Washington. En Medio Oriente, la advertencia sobre Palestina complica un tablero ya inestable. Y en América Latina, el espaldarazo a Milei reafirma la intención de consolidar un eje ideológico que desafía tanto a la izquierda regional como a las instituciones financieras internacionales.
En el 80 aniversario de la ONU, Trump no celebró el multilateralismo, lo puso en tela de juicio. Y con ello reafirmó su visión de un mundo donde el poder se ejerce a través de la confrontación directa, sin matices ni diplomacia.
