Starbucks anunció este jueves una reestructuración masiva: cerrará cientos de cafeterías en Estados Unidos y Canadá y despedirá a unos 900 empleados corporativos. El golpe responde a una caída sostenida en ventas en su mercado doméstico, una presión creciente sobre sus márgenes y un plan de revisión interna que busca devolver la cadena a la rentabilidad.
El consejero delegado Brian Niccol defendió las medidas como “necesarias para reforzar lo que está funcionando y priorizar recursos allí donde hay más impacto”. Starbucks estima que los costos totales de este ajuste ascenderán a alrededor de mil millones de dólares, incluyendo indemnizaciones y el saneamiento de locales.
Entre los despidos se encuentran roles no vinculados directamente con tiendas operativas (soporte corporativo, funciones de gestión y administrativos). La cadena explicó que algunas de las cafeterías que cerrarán no cumplen con estándares de desempeño o “no tienen un camino claro hacia la viabilidad económica”.
En América del Norte, el cierre de locales sumará casi un 1 % de la base operativa existente. En Canadá también se esperan cierres, aunque la mayor parte del ajuste recaerá en Estados Unidos.
El escenario plantea riesgos significativos: tensión con empleados, especialmente en tiendas con actividad sindical, posibles litigios laborales y deterioro de la imagen corporativa. Además, Starbucks deberá equilibrar entre optimizar costos y mantener la conexión que tiene con sus tiendas como espacios de experiencia más que meros puntos de venta.
Más allá del ajuste inmediato, esta decisión muestra la encrucijada que enfrentan cadenas globales en economías maduras: cómo adaptarse cuando sus clientes se vuelven más cautelosos, los costos suben, y las expectativas por calidad y experiencia siguen al alza. En ese delicado equilibrio, Starbucks ha apostado a reducir volumen para recuperar foco.