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Política Internacional

Más allá de Gaza: el mapa de los 59 conflictos que redibujan el mundo

Estos conflictos están redibujando fronteras, desplazando millones de vidas y reconfigurando el orden mundial en clave de fragmentación.


En un mundo donde la diplomacia pierde terreno y la violencia se normaliza como lenguaje entre naciones, el planeta atraviesa uno de los periodos más convulsos de las últimas décadas. Al menos 59 conflictos armados están activos en distintas regiones del globo, según un informe reciente de la Fundación Oryx, especializada en análisis de seguridad global. Más allá de las estadísticas frías, estos conflictos están redibujando fronteras, desplazando millones de vidas y reconfigurando el orden mundial en clave de fragmentación.

El caso más visible es, sin duda, la guerra en Gaza, donde el conflicto entre Israel y Hamas ha alcanzado una intensidad sin precedentes desde octubre de 2023. Más de 38 mil palestinos han muerto, según cifras locales, y el número de desplazados internos supera el millón. La crisis humanitaria ha escalado al punto de poner en duda la eficacia de las instituciones internacionales. Las advertencias de genocidio, el colapso hospitalario y la imposibilidad de garantizar corredores humanitarios han hecho de Gaza un espejo de la impotencia global.

Pero Gaza no es una excepción. En Ucrania, la invasión rusa entra en su tercer año sin perspectivas de resolución. Las trincheras se han convertido en cementerios modernos, mientras las capitales europeas calibran su ayuda militar en función de sus propios calendarios electorales. El conflicto ha dejado de ser una causa unificadora en Occidente y se transforma, poco a poco, en una guerra congelada con costos humanos y económicos insostenibles.

En África, el Sahel vive una epidemia de golpes de Estado y conflictos transfronterizos, con Níger, Burkina Faso y Malí como epicentros de una descomposición institucional que amenaza con convertirse en una “zona gris” permanente, fértil para grupos extremistas y mafias armadas. En Asia, las tensiones entre China y Taiwán mantienen al mundo en vilo, mientras Corea del Norte intensifica su retórica belicista. A esto se suman crisis enquistadas como Yemen, Siria o Myanmar, donde las guerras se prolongan por inercia, ajenas ya al foco internacional.

Lo alarmante no es solo la cantidad de guerras activas, sino su calidad: más prolongadas, más difusas, menos ideológicas y más mercantilizadas. El modelo de conflicto ha mutado. Ya no se trata de ejércitos regulares enfrentándose por fronteras, sino de milicias, contratistas privados, redes criminales y poderes locales disputando territorios, recursos y narrativas. Las guerras se descentralizan, se hacen menos visibles, pero no por ello menos letales.

El multilateralismo, por su parte, atraviesa una crisis profunda. Las Naciones Unidas, cada vez más desacreditadas, operan como observadoras impotentes, bloqueadas por vetos cruzados en el Consejo de Seguridad. Las potencias emergentes, como India o Brasil, claman por reformas estructurales que les otorguen mayor voz, mientras las grandes potencias tradicionales priorizan intereses domésticos y agendas electorales. La idea de un orden global basado en reglas parece hoy una ilusión nostálgica.

En este contexto, América Latina aparece como una región relativamente pacífica, pero no inmune. Si bien no protagoniza conflictos armados abiertos, sufre una violencia crónica de otra índole: crimen organizado, desplazamientos internos, erosión del Estado de derecho. En países como Ecuador o Haití, la línea entre conflicto armado y violencia estructural se ha vuelto difusa.

La pregunta es si el mundo está entrando en una nueva era de guerras permanentes, donde la paz ya no es el estado natural sino una excepción. Un escenario en el que el conflicto se convierte en norma, y la gestión del caos reemplaza la búsqueda de soluciones duraderas. La historia no se repite, pero sí advierte. Y en este nuevo siglo, la advertencia es clara: sin voluntad política, sin instituciones fuertes, y sin un compromiso real con la resolución de conflictos, el mundo corre el riesgo de acostumbrarse a la guerra como parte de su paisaje cotidiano.

El desafío no es solo geopolítico. Es ético, humano y existencial. Porque cada conflicto olvidado es una vida silenciada. Y cada guerra que ignoramos, una herida más profunda en nuestra memoria colectiva.

 

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