El Premio Nobel de la Paz 2025 cayó en manos de la venezolana María Corina Machado, una decisión que sacudió el tablero político internacional y frustró las expectativas de Donald Trump, quien había sido impulsado por sus partidarios como uno de los candidatos favoritos de este año. El Comité Nobel, con sede en Oslo, justificó el reconocimiento a Machado “por su incansable defensa de los derechos democráticos y su compromiso con una transición pacífica hacia la libertad en Venezuela”. La elección fue interpretada como una declaración de principios en un momento en que la democracia y el autoritarismo vuelven a medirse en la arena global.
Machado, perseguida por el régimen de Nicolás Maduro y obligada a operar desde la clandestinidad, simboliza una resistencia que trasciende las fronteras venezolanas. Su lucha —persistente, civil y profundamente arraigada en la idea de libertad— se ha convertido en un faro para quienes reclaman elecciones limpias, instituciones independientes y el fin de las persecuciones políticas en su país. El Nobel no solo la consagra como figura histórica de la oposición, sino que coloca nuevamente a Venezuela en el centro del debate mundial sobre la represión y el poder autoritario en América Latina.
El contraste con Trump fue inevitable. El presidente estadounidense había sido propuesto por varios legisladores europeos y simpatizantes republicanos que lo presentaban como “artífice de la paz” por su papel en acuerdos de normalización en Medio Oriente y su retórica aislacionista frente a conflictos internacionales. Sin embargo, el Comité Nobel optó por una dirección opuesta: premiar a una líder sin poder, pero con una autoridad moral ganada a pulso, frente a quien aún representa la figura más polarizadora de la política estadounidense. La decisión fue leída como un mensaje implícito de que el Nobel de la Paz no puede confundirse con el poder, sino que debe ser símbolo de coraje frente al abuso de poder.
Mientras Trump respondió con ironía en redes sociales —acusando al comité de “politizar un premio que alguna vez fue prestigioso”—, la noticia desató celebraciones en Caracas, Bogotá y Madrid. Dirigentes opositores, defensores de derechos humanos y exiliados venezolanos consideraron el premio como una “victoria moral” frente a años de persecución, censura y represión.
El reconocimiento también tiene un impacto regional profundo. En una América Latina fragmentada entre populismos y democracias fatigadas, el galardón reivindica la lucha civil y no violenta frente a los regímenes autoritarios. Eleva la voz de las mujeres en la política y redefine la noción de liderazgo en un continente donde la valentía suele pagarse con el exilio o la cárcel.
El Comité Nobel, que en otras ocasiones optó por figuras de consenso o mediación, apostó esta vez por un gesto político con peso simbólico. En Machado encontró una narrativa que conjuga resistencia, sacrificio y esperanza, y en Trump —aun con su influencia global— identificó el tipo de poder que el premio busca contrapesar.
El resultado final trasciende la disputa entre nombres: representa la victoria de una causa sobre un personaje, de la constancia sobre la retórica. El Nobel de la Paz 2025 no fue para quien domina los titulares, sino para quien, en medio del silencio, sigue luchando por un país que aún no puede hablar en libertad.