Vivimos un momento decisivo en la evolución de la red. Alexis Ohanian y Sam Altman, dos de las voces más visibles del mundo tecnológico, han hecho eco de una advertencia inquietante: la llamada “Dead Internet Theory” —la hipótesis de que gran parte de lo que creemos Internet ya no está habitado por humanos.
La teoría parte de una conclusión contundente: lo que antes fue un espacio predominantemente humano, poblado de ideas, creatividad y conversación espontánea, corre el riesgo de convertirse en un ecosistema dominado por bots, contenido generado por inteligencia artificial y algoritmos cuyo único objetivo es captar atención, no conectar realidades. Ohanian afirma que gran parte de la Web actual está “botted” o “cuasi-IA”, expresando que necesitamos “prueba de vida” para saber con quién hablamos en línea. Altman, por su parte, confesó que, aunque al inicio descartó la teoría, hoy ve que “realmente hay muchas cuentas de LLMs en Twitter” (hoy X).
¿Por qué este debate gana fuerza justo ahora? Entre 2022 y 2025 hemos asistido a una explosión de tecnologías generativas: modelos de lenguaje, herramientas que crean imágenes, vídeos, comentarios y perfiles completos sin intervención humana directa. Estas capacidades han permitido un aumento exponencial de contenido que imita lo humano, pero carece de su esencia: deliberación, subjetividad, error, empatía. Un análisis académico reciente señala que la interacción artificial ya no es marginal: se calcula que entre el 30 % y el 50 % del tráfico en línea podría tener origen no humano.
Las implicaciones son profundas. En primer lugar, se erosiona la confianza: cuando no puedo estar seguro de si quien “responde” al otro lado es una persona, se debilita el cimiento de la conversación democrática, del debate público y de la formación de opinión genuina. En segundo lugar, se pone en riesgo el ecosistema creativo: creadores que producían contenido único ahora compiten con generaciones automáticas que buscan volumen, no valor. Y tercero —y quizá lo más grave—, la medición del mercado y de la influencia se vuelve opaca: si gran parte del “engagement” es generado o manipulado por IA, ¿qué tan reales son los ecosistemas digitales que analizamos?
Esto no es ciencia ficción. Empresas tecnológicas empiezan a reconocer el problema. Meta, Google y otras plataformas observan que su contenido ya no solo compite por atención, sino por autenticidad. Y cuando la autenticidad se difumina, nace un nuevo riesgo: el de un Internet que está vivo, pero vacío. La red se mueve, se actualiza, produce datos, pero deja de vibrar con lo humano. Hoy hablamos de conectividad, pero mañana podríamos recordar que lo que verdaderamente cuenta es conexión.
El desafío es, entonces, redefinir la Internet que queremos: ¿una masa de respuestas automáticas que imitan humanidad o un espacio donde las voces humanas vuelvan a sentirse reconocidas? Ohanian y Altman no solo advierten un problema técnico, sino un quiebre cultural: que el Internet no está muriendo por obsolescencia, sino por sustitución silenciosa. Es una llamada que merecemos atender.