Egipto está a punto de abrir las puertas del que promete ser el museo más impresionante del siglo XXI. Tras más de dos décadas de construcción, múltiples retrasos y una inversión superior a los mil millones de dólares, el Gran Museo Egipcio de El Cairo se prepara finalmente para recibir al público, en lo que muchos ya describen como un acto de renacimiento cultural y político. Situado a pocos kilómetros de las Pirámides de Guiza, el museo no solo aspira a convertirse en un santuario para el legado faraónico, sino también en un símbolo del Egipto moderno que busca reconciliar su pasado glorioso con su presente incierto.
El proyecto, anunciado por primera vez en 2002, fue concebido como el mayor espacio museístico dedicado a una sola civilización en la historia. Con más de medio millón de metros cuadrados, el Gran Museo Egipcio albergará alrededor de 100 000 piezas, de las cuales unas 20 000 nunca han sido exhibidas. Su joya principal será la colección completa del tesoro de Tutankamón, expuesta por primera vez en su totalidad, junto a colosos de Ramsés II, estatuas de Hatshepsut y relieves restaurados que narran tres milenios de historia.
Más allá de su magnitud arqueológica, el museo representa una ambición política y cultural de largo aliento. Para el presidente Abdel Fattah el-Sisi, su inauguración busca proyectar la imagen de un Egipto estable, moderno y capaz de custodiar su herencia como potencia civilizatoria. La obra, financiada con apoyo internacional y supervisada por arquitectos japoneses e ingenieros egipcios, ha sobrevivido crisis económicas, revoluciones y pandemias. Su conclusión marca un raro consenso nacional en torno a la idea de que el patrimonio no es solo memoria, sino también poder blando y motor turístico.
El impacto económico esperado es enorme. Con su apertura, el gobierno estima un incremento sustancial del turismo cultural, un sector que representa casi el 15 % del PIB del país. La proximidad del museo a las pirámides crea un corredor monumental único en el mundo, donde el pasado faraónico y la arquitectura contemporánea dialogan frente al desierto. Se espera que el complejo reciba más de cinco millones de visitantes anuales, consolidando a El Cairo como el epicentro del turismo histórico global.
Pero más allá de las cifras y los discursos oficiales, el Gran Museo Egipcio encierra algo más profundo: la necesidad humana de preservar la historia como una forma de resistencia al tiempo. Cada fragmento, cada inscripción, cada reliquia rescatada del polvo, habla de una civilización que entendió el poder de la memoria como ninguna otra. En ese sentido, el museo no es solo un contenedor de antigüedades, sino una declaración de permanencia.
Cuando las puertas finalmente se abran, Egipto no solo mostrará sus tesoros, sino también su perseverancia. Veinte años después, entre el brillo del vidrio y la piedra, el país presentará al mundo una obra que trasciende lo arquitectónico para convertirse en testimonio de identidad. El Gran Museo Egipcio no es solo un monumento al pasado: es el espejo de un país que, una vez más, busca dejar su huella en la eternidad.