La política hacia Cuba bajo la nueva administración Trump se ha endurecido de manera drástica, reactivando la línea más dura contra el régimen de La Habana. Las medidas, anunciadas como parte de una estrategia para “asfixiar económicamente” al gobierno cubano, incluyen severas restricciones al turismo, nuevas trabas a la inversión extranjera y un endurecimiento de los canales de financiamiento internacional. El objetivo declarado: presionar por un cambio político en la isla.
Las restricciones al turismo impactan directamente en uno de los motores más importantes de la economía cubana. Viajes que antes eran posibles bajo licencias generales, como intercambios culturales o educativos, quedan ahora sujetos a permisos especiales y revisiones más estrictas. Los cruceros, que en años recientes habían reactivado el flujo de visitantes, enfrentan nuevamente prohibiciones totales.
En paralelo, las nuevas regulaciones sobre inversión extranjera limitan la participación de empresas foráneas en sectores estratégicos como hotelería, energía y telecomunicaciones. La administración estadounidense también busca bloquear el acceso de Cuba a créditos y financiamiento internacional, dificultando la llegada de capital incluso desde países aliados.
Este endurecimiento revive la lógica del embargo, pero en un contexto global distinto, donde Rusia y China han incrementado su presencia económica en Cuba y podrían aprovechar el vacío dejado por el capital occidental. Sin embargo, economistas advierten que el aislamiento no solo afectará al gobierno cubano, sino que golpeará de lleno a la población, que ya enfrenta una crisis de escasez, inflación descontrolada y migración masiva.
Mientras tanto, en Miami, bastión del exilio cubano, las medidas han sido celebradas por sectores que consideran que la presión económica es la única vía para acelerar un cambio de sistema. En contraste, voces críticas dentro y fuera de Estados Unidos alertan que la estrategia podría fortalecer la narrativa antiimperialista del régimen y darle argumentos para justificar aún más el control interno.
La decisión de Trump no es solo una política exterior; es también un mensaje político doméstico, dirigido a consolidar apoyos en un año electoral donde Florida vuelve a ser un estado clave. El pulso entre Washington y La Habana se intensifica, pero el resultado final —si acelerará la transición democrática o profundizará el estancamiento— sigue siendo incierto.