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Política Internacional

La guerra en Gaza expone la crisis de liderazgo y la fragilidad de un país

El conflicto armado ha comenzado a desgarrar el tejido interno de la sociedad israelí.


La guerra en Gaza, lejos de quedar encapsulada en los márgenes del conflicto internacional, ha comenzado a desgarrar el tejido interno de la sociedad israelí. Lo que alguna vez fue una causa unificadora para un país en permanente estado de alerta se ha transformado, con el paso de los meses, en una fuente de profundas divisiones, protestas multitudinarias y un creciente desencanto con la conducción política y militar del primer ministro Benjamin Netanyahu.

La ofensiva prolongada sobre Gaza, justificada desde el inicio como una respuesta al ataque de Hamás del 7 de octubre, ha ido perdiendo legitimidad en sectores amplios de la población israelí. Las imágenes de devastación, las crecientes bajas civiles palestinas y la ausencia de una estrategia de salida han erosionado el consenso interno. Mientras las promesas de seguridad total se desvanecen, emergen voces críticas no solo desde la oposición política, sino desde reservistas, militares retirados, familias de rehenes y ciudadanos que antes apoyaban con firmeza al gobierno.

Las protestas en Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades no son ya episodios aislados, sino manifestaciones sostenidas de un malestar profundo. Familias que han perdido a sus hijos en combate, ciudadanos hartos del discurso de confrontación perpetua y jóvenes que cuestionan el futuro de una nación anclada en la guerra permanente, han tomado las calles con un mensaje claro: no en nuestro nombre, no sin responsabilidad, no sin un plan de paz creíble.

En paralelo, la figura de Netanyahu se encuentra en el punto más bajo de su popularidad. Acusado de prolongar el conflicto por razones políticas, en medio de sus juicios por corrupción y presiones internas de sus socios ultraconservadores, el primer ministro enfrenta el mayor desafío a su liderazgo en décadas. La percepción de que su gobierno ha gestionado la guerra con una mezcla de opacidad, arrogancia e improvisación se ha instalado con fuerza incluso en sectores que históricamente lo respaldaban.

El costo económico de la guerra también ha comenzado a hacer mella. La movilización prolongada de reservistas, la caída del turismo, la tensión en las relaciones internacionales y el aislamiento diplomático creciente, han generado preocupación en círculos empresariales y financieros. Israel, que durante años cultivó una imagen de potencia tecnológica y estabilidad relativa en un vecindario convulso, empieza a ver afectada su proyección global.

Más allá de los números, el desgaste es también moral. La sociedad israelí se enfrenta a preguntas existenciales: ¿cuál es el límite del uso de la fuerza?, ¿cuál es el costo humano y ético de la ocupación prolongada?, ¿cómo reconciliar seguridad con justicia, defensa con legalidad internacional?

El conflicto en Gaza ha dejado de ser solo un frente exterior. Es, cada vez más, un espejo interno que revela fracturas, miedos y contradicciones en el corazón de Israel. En ese espejo, miles de ciudadanos se preguntan si la promesa de vivir en paz puede construirse a través de la violencia, o si ha llegado el momento de asumir un nuevo rumbo, uno que privilegie el diálogo, la responsabilidad política y la dignidad humana.

Lo que ocurre hoy en las calles de Israel no es una traición al espíritu nacional, sino quizás su defensa más legítima. Porque en tiempos de guerra, exigir paz y justicia no es debilidad. Es valentía.

 

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