La economía de América Latina vuelve a enfrentar un ajuste de expectativas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha rebajado su proyección de crecimiento para la región en 2025 a un modesto 2,0 %, una cifra que, si bien no sorprende en un escenario global incierto, adquiere un matiz crítico cuando se analiza el papel de México como principal factor de arrastre negativo. El segundo mayor PIB del continente no solo desacelera, sino que marca el compás de una región que ya venía lidiando con desequilibrios estructurales, tensiones políticas y brechas sociales persistentes.
El informe del FMI señala que la economía mexicana —con una expectativa de crecimiento por debajo del promedio regional— ha contribuido de forma decisiva a esta revisión a la baja. El organismo cita una combinación de factores: menor inversión pública y privada, incertidumbre institucional en el contexto político, una ralentización en el consumo interno, así como la erosión del impulso manufacturero vinculado al ciclo estadounidense. A ello se suma una política monetaria aún restrictiva y el impacto rezagado de la inflación en los bolsillos de millones de hogares.
México, que había sido en los últimos años un motor de atracción de inversión extranjera directa gracias al fenómeno del nearshoring y su cercanía estratégica con Estados Unidos, comienza a mostrar señales de fatiga. La retórica política en torno a las reformas judiciales y electorales, el debilitamiento de contrapesos institucionales, y la creciente percepción de riesgo entre analistas y calificadoras internacionales, han comenzado a afectar las decisiones de inversión. El resultado: una economía que pierde dinamismo justo cuando el contexto internacional exige resiliencia y adaptabilidad.
El retroceso mexicano impacta más allá de sus fronteras. Para América Central, que depende en gran medida de las remesas y la actividad comercial con México y Estados Unidos., una desaceleración prolongada podría traducirse en menor flujo de divisas y mayor presión migratoria. En Sudamérica, la retracción del consumo mexicano reduce oportunidades de exportación para sectores clave como alimentos, automotriz, textiles y servicios.
El nuevo cálculo del FMI también reaviva el debate sobre la urgencia de reformas estructurales en la región. Con tasas de crecimiento que no alcanzan para reducir la pobreza ni cerrar la desigualdad, los países latinoamericanos enfrentan el riesgo de caer en una trampa de bajo crecimiento prolongado. La falta de inversión en infraestructura, innovación, educación y sostenibilidad continúa siendo el talón de Aquiles de un continente con vastos recursos pero instituciones frágiles.
La coyuntura actual exige algo más que estabilización macroeconómica. Requiere visión estratégica, acuerdos políticos de largo plazo y una voluntad regional de articular políticas que impulsen la productividad y la inclusión. La advertencia del FMI no es solo una estadística sombría: es una llamada urgente a tomar decisiones que trasciendan el ciclo electoral y apuesten por una transformación de fondo.
En este tablero global en constante movimiento, América Latina no puede permitirse seguir siendo una región de potenciales incumplidos. La desaceleración mexicana es una señal, pero también una oportunidad para reorientar el rumbo. Porque el futuro de la región no debe depender de un solo país, sino de una arquitectura común que combine estabilidad, competitividad y desarrollo con equidad.