Estados Unidos registra un hito demográfico inquietante: según datos del CDC, la tasa de fecundidad cayó en 2024 a un mínimo histórico de 1.599 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo poblacional de 2.1. Esta cifra, similar a la de gran parte de Europa occidental, muestra una tendencia sostenida que rebasa la emergencia demográfica y se acerca a una realidad estructural .
Aunque el volumen total de nacimientos aumentó en un 1 %, alcanzando alrededor de 3.63 millones de bebés, buena parte del descenso se debe a una recalibración en las poblaciones de mujeres en edad fértil, sobre todo por el fuerte influjo migratorio . Lo más alarmante es que las tasas de natalidad disminuyeron en casi todos los grupos de edad menores a 35 años, mientras solo crecieron ligeramente entre mujeres de 40 a 44 años .
Este cuadro no ocurre por capricho. Factores como retrasar la maternidad, inseguridad económica, vivienda inaccesible, deudas educativas y el costo del cuidado infantil pesan sobre las decisiones de formar una familia. Encuestas revelan que muchos estadounidenses desearían tener más hijos, pero condicionan esa posibilidad a estabilidad financiera real .
Las respuestas políticas han sido tímidas y simbólicas. Propuestas como incentivos de $5,000 por bebé o el financiamiento a tratamientos de fertilidad no atacan las raíces del problema: la falta de permisos parentales pagados, guarderías públicas asequibles y medidas redistributivas profundas . Críticos han señalado que estas estrategias evocan modelos autoritarios y no responden a la complejidad de la nueva realidad familiar .
La caída prolongada de la natalidad no se limita a Estados Unidos; países como Japón, Corea del Sur, Italia y Canadá enfrentan crisis similares ante el envejecimiento poblacional y la inoportunidad de revertir el ciclo demográfico. A mediano plazo, esto amenaza la fuerza laboral, la dinamización del consumo interno y la sostenibilidad de los sistemas de pensiones .
En resumen: más que una crisis de nacimientos, Estados Unidos encara un cambio cultural y estructural profundo. Reducir la fecundidad no es inevitable, pero sin políticas integrales que acompañen a las familias —desde el embarazo hasta el cuidado—, el país se encamina hacia un futuro con menos niños, una población envejecida y un país menos dinámico.